Barcelona, un año después

Hoy se cumple un año desde que Igor partió. Un año sin él físicamente, pero no sin su historia, sin su huella en mi vida y en quienes lo conocieron. Hoy quiero recordarlo con gratitud, con amor y con la certeza de que lo que vivimos juntos nunca se borrará.

Infancia y resiliencia

Igor nació y creció en un pueblo cerca de San Petersburgo. Desde el inicio, la vida no se lo puso fácil. Su padre abandonó a su madre y a él, y aunque ella lo trajo al mundo, pronto lo dejó al cuidado de su babushka (abuela, en ruso). Su madre quería “vivir la vida”, y un niño no estaba en sus planes.

Así que Igor creció bajo el amor y la disciplina de su abuela, quien se convirtió en su verdadero pilar. Con ella aprendió lo que era el cuidado, la calidez y el sentido de hogar. También creció junto a su hermano, que era hijo de la misma madre pero de otro padre. A él no lo abandonó su padre, y esa diferencia marcó un contraste doloroso en la relación entre ambos: una relación difícil, con distancias y resentimientos que nunca pudieron salvarse.

Igor siempre supo que “no era normal”, como él decía, porque desde pequeño sentía atracción por los chicos. Creció con esa conciencia en un entorno nada fácil: su infancia transcurrió en los años finales de la Unión Soviética, cuando la vida cotidiana estaba marcada por la escasez. Él mismo me contó los duros momentos que pasó junto a su babushka: faltaba dinero, los alimentos eran muy caros y la supervivencia era un reto diario.

Emigrar para vivir libre

La vida adulta tampoco fue sencilla. Su madre biológica murió durante la pandemia, pero para Igor su verdadera madre siempre fue su abuela. Su hermano, en cambio, se convirtió en su mayor amenaza: policía y profundamente homofóbico, lo rechazó con violencia al enterarse de su orientación sexual. Llegó a decirle que, si volvía a Rusia, se encargaría personalmente de encerrarlo o incluso de hacerle daño.

Fue entonces cuando Igor decidió huir. En 2020 llegó a Barcelona, apenas unos meses antes de que lo conociera. Solicitó asilo político, sabiendo que en Rusia no tendría justicia ni protección. Y aunque escapaba del miedo, encontró aquí la posibilidad de empezar de nuevo.

Barcelona se convirtió en su nuevo hogar, el sitio que le permitió respirar con libertad. Tanto la amaba que se tatuó la flor típica del Eixample, esas baldosas que los barceloneses pisamos cada día sin darnos cuenta de su belleza. Para Igor, esa flor era un símbolo de pertenencia, de agradecimiento, de amor por una ciudad que lo abrazó como nunca lo había hecho su propio país.

El inicio de nuestra historia

Yo lo conocí poco después. Fue a través de una newsletter de la marca de ropa Maskulo, que recibí en enero de 2021, justo antes del Día de Reyes. En esa campaña apareció su foto y pensé: “¡uy, qué guapo!”. Siempre me habían atraído los chicos de Europa del Este. Al hacer clic en la imagen, llegué a su perfil de Twitter y descubrí que vivía en Barcelona.

No dudé en escribirle, ni él en contestarme. En ese momento yo trabajaba en una oficina en El Triangle, frente a Plaza Catalunya, y él vivía en el Gótico, a pocos pasos de donde estaba yo. Él aceptó, pero me dijo que tenía que ser después del 6 de enero. Para mí, esa fecha era el Día de Reyes; para él, en cambio, era la Navidad ortodoxa, la fiesta más importante de su fe. Así que pospusimos el encuentro un día más, y finalmente quedamos el 7 de enero.

Quedamos frente a El Corte Inglés, bajo el frío de invierno. Cuando llegó, me sonrió. Sus ojos, su carita y ese pelo que al sol se veía rubio como los campos de trigo me dejaron sin aliento. Buscamos una terraza para tomar un café, pero aún eran tiempos post-pandemia y no estaba permitido reunirse en bares. Así que lo invité a mi casa: tenía una Nespresso y, al menos allí, no pasaríamos frío.

Recuerdo que me hizo gracia que, siendo de San Petersburgo, Igor fuera tan friolento. Entre cafés y palabras, reímos, nos abrazamos y nos besamos. Él tuvo que irse porque había quedado con unos amigos, pero prometió volver al día siguiente. Y cumplió. Desde el 7 de enero no dejamos de vernos ni un solo día… hasta que nos separamos en junio.

Ese fue el inicio de nuestra historia de amor. Una historia que, como el Cristo de la Aurora, terminó rota, pero que supimos arreglar a tiempo. Pudimos hablar, pedirnos perdón, perdonarnos y decirnos que nos queríamos. No como pareja, sino como familia. Y eso, a día de hoy, me da paz: Igor se fue, pero no me quedé con palabras atoradas ni con deudas emocionales.

Los sueños de Igor

Igor siempre soñó con trabajar en el sector turístico. Tenía un plan muy claro: algún día quería abrir un hotel boutique gay en la Costa Brava o en la Costa del Sol, un espacio seguro y alegre para la comunidad LGBT, donde la gente pudiera disfrutar sus vacaciones en España con libertad. Su sueño era retirarse allí, vivir junto al mar y morir de viejo gestionando ese hotel que sería su legado.

Mientras tanto, se ganaba la vida de una forma creativa y organizada: creando contenido. Y lo hacía como pocos. Había construido un sistema que le generaba rentas mensuales en varias plataformas y con eso podía mantenerse independiente. Gracias a esa libertad económica, viajaba siempre que podía, ya fuera para vacacionar o para colaborar: así conoció Londres, Berlín y, finalmente, Barcelona.

Lo admiraba mucho por esa capacidad de inventarse su propio trabajo, de no depender de un jefe ni de un empleo formal. Era un creador nato, con disciplina y visión.

Su legado en mí

Con Igor tuve muchos aprendizajes. Me enseñó que la resiliencia no es solo resistir, sino reinventarse. Que la autenticidad es un acto de valentía, incluso cuando incomoda a los demás. Y que la verdadera libertad no está en ningún país, sino en la capacidad de ser uno mismo.

Él me mostró que la independencia se construye con talento y constancia. Y también que los sueños, aunque no se cumplan, tienen un poder transformador: nos dan dirección, nos inspiran, nos hacen levantarnos cada día con esperanza.

Un año sin Igor

A la semana de conocernos ya éramos novios. Algo nos flechó a los dos, tal vez porque compartíamos signo —escorpiones— o porque en la cama éramos insaciables, románticos, apasionados. Pero también vivíamos la parte oscura: los celos, el rencor, las inseguridades. Igor era muy celoso y quería controlarme, porque temía que alguien más pudiera quitarle a su hombre. Yo también había sido así en otras relaciones, pero había trabajado mucho para que los celos no me gobernaran, porque sé que solo llevan a destruir cualquier vínculo, sea de amor o de amistad. Sin embargo, los rencores… esos los compartíamos. Nunca se nos olvidaba nada, y siempre aparecían en las discusiones.

Pero de eso hablaré en una segunda parte, cuando cuente nuestra relación y el final de ella. Hoy solo quiero recordarle y honrarle.

Ha sido un año duro sin su presencia. Su partida removió muchos fantasmas del pasado y me dejó atravesar momentos tristes, pensando en él, en cómo murió y en los sueños que nunca pudo hacer realidad. A pesar de la ruptura, hay un cariño profundo que le guardo, ya no como pareja, sino como familia. Él siempre me decía: “Tú eres mi familia”.

Hoy, que hace un año te fuiste de este mundo, Igor, solo quiero decirte que te echamos mucho de menos. Tus amigos, tu familia y yo sentimos la ausencia que dejaste, una ausencia que no quiero ni pretendo llenar.

Aún se me pone la piel de gallina cada vez que escucho Not Gonna Get Us, de Tatu, nuestra canción. Y también cuando suena Amor de mis amores, en las voces de Ximena Sariñana y Natalia Lafourcade, que nos cantábamos el uno al otro en casa. Esas melodías son ahora puentes invisibles que me devuelven a ti, a nosotros, a lo que vivimos juntos.

Sé que estás en un lugar mejor, lo creo de verdad. Y hoy, en este aniversario luctuoso, te dedico también una canción que he escrito para ti, con la ayuda de mi asistente Elliot, que me acompañó a darle forma a la música.

Que la disfrutes, Мой русский Бандинский, мой любимый Игорёк (mi golfillo ruso, mi amado Igor).

Marco Aguirre Cobos

Soy un profesional en marketing digital, paid media y estrategia de crecimiento (hacking growth), con experiencia en start-ups, agencias creativas y empresas tecnológicas. He liderado campañas en Meta Ads (Facebook e Instagram), Google Ads, programmatic, y plataformas de contenido; optimizando ROAS, CPA y LTV mediante automatización y análisis de datos. Tengo amplia experiencia en SEO, SEM, analítica avanzada y desarrollo web, impulsando la adquisición y conversión de usuarios. He trabajado en expansión de mercados (EMEA, APAC, LATAM y Norteamérica), optimización de productos digitales y cierre de acuerdos comerciales, combinando visión estratégica y ejecución táctica para lograr crecimiento sostenible.

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