Autodefinición ≠ Evidencia Real
Hay frases que se convierten en muletillas, en máscaras de humo que buscan ocultar vacíos. Una de las más recurrentes que escucho en este mundo digital es la de “yo me autodefino como…”.
La autodefinición, en sí misma, no es un problema: todos tenemos derecho a decir quiénes somos. El dilema aparece cuando esa autodefinición pretende ser evidencia real de algo que no existe.
El mundo digital es un carnaval de disfraces y farsantes. En LinkedIn, Instagram o cualquier red abundan personajes que se autoproclaman artistas plásticos, expertos en marketing digital o estrategas creativos. No tienen trayectoria, ni títulos, ni legado, pero han descubierto que con un alias llamativo y unas cuantas frases infladas en sus redes sociales, pueden simular lo que no son.
Entre la autenticidad y el ‘postureo’
La diferencia está en la evidencia. En la formación real, en los maestros que te marcan, en las obras que permanecen, en lo que se crea desde cero. Esa es la vara con la que yo mido lo auténtico frente a la impostura. Y quizá por eso me resulta tan fácil reconocer a los fantoches: porque yo tuve la fortuna de aprender de profesionales y artistas cuya autenticidad era incuestionable.
Recuerdo con enorme gratitud a quienes sí me enseñaron lo que significa construir una carrera con cimientos sólidos, los recuerdo con cariño porque dejaron una huella profunda en mi proceso de formación en la comunicación y el diseño (gráfico y de estrategias).
Eduardo Nieto — el rigor ‘helvético’ en México
Fue mi profesor de diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana, y con él aprendí lo que significa trabajar con la precisión de un reloj suizo. Nieto estudió en la Schule für Gestaltung Basel, el epicentro del Estilo Tipográfico Internacional, donde nombres como Armin Hofmann y Emil Ruder marcaron para siempre la historia del diseño. Eduardo fue discípulo de maestros de la tipografía suiza; sus clases no solo eran lecciones de diseño, sino de rigor intelectual y de respeto absoluto por la disciplina.
Cuando pienso en Nieto, pienso en tipografía con mayúsculas. Nos enseñó que las letras no son formas al azar, sino lenguaje. Que el espacio en blanco respira tanto como las palabras. Que la función está por encima de la decoración. Esa fue la escuela que me formó: la del rigor, la del orden, la de la honestidad visual. En clase, sus correcciones podían ser duras, pero siempre certeras. Si un cartel estaba desequilibrado, lo señalaba sin rodeos. Si un trabajo carecía de concepto, lo desmontaba pieza por pieza hasta que entendieras qué faltaba. Y aunque a veces doliera, salías de cada clase o entrega, con una lección que no se olvidaba.
Con él entendí por qué Helvetica no era solo una tipografía, sino una declaración de principios. Neutralidad, claridad, confianza. De ahí viene mi mantra personal como diseñador gráfico: Helvetica forever.
Recuerdo también aquel viaje cultural a Oaxaca con mis compañeros de la Ibero y Eduardo era nuestro guía. Nos llevó a ver y entender los carteles en los muros, apreciar la gráfica popular 100% mexicana, apreciar los talleres artesanales… y contrastarlo todo con lo que Nieto nos había inculcado en las aulas.
La fusión de lo académico suizo con lo popular mexicano me marcó profundamente.
Ahí comprendí que el diseño vive en todas partes, y que un buen ojo, formado con disciplina, sabe encontrar belleza y mensaje tanto en un cartel callejero como en una sala del Museo Metropolitano de Nueva York.
👉 Esa fue la huella de Nieto: me formó en la disciplina y me dejó el rigor como brújula.
Si Nieto me dio una estructura, Bárbara Paciorek me dio la voz. Ella fue mi profesora y tutora, la primera lectora de mi tesis. Si pienso en lo más valioso que me enseñó, es que un cartel nunca es neutro, es un arma de comunicación masiva. Un cartel no es solo una pieza gráfica, sino un mensaje que debe atravesar la mirada del espectador para dejar marca.
Bárbara Paciorek — el cartel como un arma de comunicación
Bárbara nació en Cracovia, Polonia, donde estudió en la Academia de Bellas Artes. Llevaba consigo la tradición cultural del cartel polaco, esa escuela soviética reconocida mundialmente por su potencia gráfica simbólica, sus metáforas visuales y su compromiso social. En los años 80 emigró a México con su esposo Zbigniew y sus hijas Dominika y Ludwika Paleta. Desde su llegada a la Ciudad de México, transformó la forma en que muchos entendimos el diseño gráfico.
Bárbara tenía ese rigor polaco, heredado de su historia y de su familia, y lo aplicaba con ternura y firmeza en sus clases. Era imposible no crecer como diseñador después de pasar por sus aulas.
En sus clases en mi alma mater, la Universidad Iberoamericana, Bárbara nos insistía: “Un cartel que no incomoda, no comunica”.
Para ella, la imagen debía ser metáfora, símbolo, provocación. Nos decía que diseñar no era decorar, sino transmitir un mensaje que llega directo, sin pedir permiso.
Como tutora, era exigente. Mi tesis pasó primero por sus manos, y recuerdo cómo subrayaba, corregía y anotaba márgenes con observaciones que siempre me hacían reflexionar.
Gracias a ella entendí que diseñar es, ante todo, un acto de responsabilidad. No se trata de poner colores bonitos, sino de provocar reflexión, de tocar las fibras del espectador.
A Bárbara le debo algo esencial: la convicción de que el diseño gráfico es comunicación pura. Que cada trazo, cada símbolo, cada palabra debe tener un propósito.
Su enseñanza fue la raíz de mi capacidad para expresar y transmitir, no solo para “hacer o decir bonito”. A ella debo mucho de la capacidad de expresar, sintetizar y transmitir ideas de forma contundente.
👉 De Bárbara aprendí que un cartel puede ser arma, grito y poesía al mismo tiempo.
De los profesores que me formaron, pasé al arte contemporáneo. Y aquí entra John Fitzsimons, artista irlandés con quien cultivé una amistad durante mis años de residencia en Dublín.
Su trabajo siempre me fascinó: geometría, color, profundidad. Un artista a quien admirar, por su gran trayectoria y talento para comunicar por medio de sus obras plásticas, definidas por su autenticidad.
John Fitzsimons — el legado ‘New Age’, con alma y contexto
Se graduó con honores en Fine Art en el Dun Laoghaire Institute of Design, Art and Technology (IADT) en el año 2000. Fue miembro del Graphic Studio Dublin y ha exhibido en varias galerías de Irlanda, tanto solo como en colectivo. Trabaja con la galería Stoney Road Press, con impresión de ediciones de arte. Su obra aborda conceptos como el equilibrio, la armonía social y la relación destructiva del ser humano con la tierra. Ha presentado exposiciones individuales como “Time and Space” y mostrado su trabajo con formas geométricas, líneas, color, etc.
En 2012 presentó la exposición ‘Pyramid’ en la Olivier Cornet Gallery, donde exploró la geometría, la armonía y el diálogo entre pasado y presente.
De ahí surgió ‘New Age’ (óleo sobre tablero de 141×112 cm), una pieza de arte que para mí tiene un peso personal enorme.
Cuando lo vi colgado en la inauguración de la exposición, me encantó y quería tenerlo, pero mis posibilidades económicas no me permitían poder adquirirlo.
Al terminar la temporada de la exposición, John me preguntó si yo tenía espacio para albergar uno de sus cuadros, ya que él no tenía suficiente espacio en su estudio, pero como sabía que me había gustado mucho uno de ellos, pensaba que en vez de tenerlo guardado en su estudio, estaría mejor acompañándome en el salón de mi pequeño piso en la calle peatonal Cow's Lane, detrás de Dublin Castle y ChristChurch. No dudé en aceptar cuidar la obra y yo fui el más feliz de verla todos los días en mi casa.
Un par de años después, me transfirieron a Nueva York por trabajo, y tuve que contactar a John para comentarle que le tenía que devolver su cuadro, porque me iba de la ciudad. Su respuesta fue una sorpresa: "Estoy seguro de que mi cuadro va a lucir mejor en tu futuro piso en Manhattan, que en mi estudio..." ¡Me lo regaló! Se iba conmigo a Nueva York. Recuerdo el día de la mudanza, preparándome para un nuevo capítulo de mi vida, me encontré con esta pieza que me acompañaría siempre. Los de la mudanza lo embalaron con mucho cuidado y no lo volvería a ver hasta que tuviera un nuevo hogar en Manhattan. ¡Thank you, John, this has been the most beautiful gift I've received!
Primero presidió la chimenea de ladrillo blanco en mi piso de Hell's Kitchen (56th Street and 9th Avenue), donde era imposible no verlo al entrar: imponía, llenaba el espacio de sentido. Era protagonista, un tótem de color que me recordaba que el arte auténtico tiene alma y contexto. Al mudarme a Barcelona, lo guardé en un trastero porque no es posible volar con un equipaje de esas dimensiones. Cuando finalmente tuve un piso para establecerme, regresé para preparar el envío de mi pieza de arte en un contenedor que tardaría un mes en llegar a su destino final.
Al día de hoy, y desde hace siete años, engalana majestuosamente mi salón en el Eixample de Barcelona, sigue siendo una pieza que me conecta con el pasado y con lo que de verdad importa en el arte: legado, historia, autenticidad.
Ese cuadro no es solo una obra: es un testimonio tangible de amistad, de generosidad, de una trayectoria artística sólida. Una obra que tiene contexto, curaduría, historia.
👉 Cuando lo miro, recuerdo la lección de arte que me ha dado John: el arte real es el que nace de cero, el que comunica, el que permanece.
El falso ‘gurú’ de la comunicación
Y después de todo esto, aparece en mi vida un “artista plástico” que me ‘mugroseó’ por años, me ignoraba y me menospreciaba, para luego ser un encanto de persona… hasta que desapareció de Barcelona. Reapareció en mi vida hace unos meses, en un rincón remoto del planeta.
¿Guapo y atractivo? Sí,... pero rencoroso, falso, borde y déspota. Me escribió un día casual, mostrándose muy ‘cool’ conmigo, era encantador… y empezamos a escribirnos todos los días. Esta vez era un seductor con discursos de admiración a mi persona, me envolvió en sus palabras y empezamos a soñar con un futuro compartido, lleno de ilusiones.
Lo relaciono con un cuadro cubista, mostrando más de una faz, pero ésta era muy diferente a la que yo conocía. Incluso logré creerle lo suficiente como para ofrecerle ayuda para el día que regresara a Barcelona e hiciéramos esos sueños de los que hablábamos, una realidad. Le creí nuevamente, me dejé llevar. Pero como un cuadro de Picasso, no tardó en mostrar una faz diferente con el paso de los meses.
Con unos mensajes llenos de victimismo, reproches y poses de gurú barato de la comunicación, juzgó mi sinceridad y franqueza por decir las cosas de frente, alardeando de mi actividad profesional en el mundo de la comunicación. Sermones en los que intentaba darle la vuelta a la realidad, acusándome de agresividad por ser directo y sincero, cuando en realidad lo único que hacía era exponer sus miedos: a ser invalidado o juzgado cuando hablaba de sí mismo, a sentirse controlado (cuando mostré incomodidad al saber que hablaba de “nuestros” problemas con los demás), y a superar la tensión que generaban un conflicto, nuestras diferencias de opinión, cortando la comunicación (por días) cada vez que se sentía herido.
Si yo no daba el paso para arreglarlo, él no lo haría. Lo único que me demostró fue una hipersensibilidad a mi tono franco (percibido como agresivo a su persona), una necesidad de validación constante ante cualquier confrontación, a cortar “de raíz” porque no tolera sentirse atacado cuando uno es directo, y a tener un orgullo herido —del tamaño de Júpiter— por la dureza de mis palabras.
Ese es el impostor: el que se autodefine como artista o marketer, pero cuya “obra” se reduce a un par de ejemplos de dudoso valor y algún experimento con inteligencia artificial. Y aquí me surge la pregunta: ¿quién es el autor de esa obra? ¿Él o la máquina que le hizo el trabajo? Un artista verdadero crea desde cero. Un impostor se esconde detrás de la tecnología para simular talento. Un artista verdadero comunica y deja huella. Un impostor solo es postureo, te manipula y luego desaparece.
No me dejo amedrentar por estas personas que me juzgan y me sermonean, sin propuesta cultural, que son pseudo "marketing experts" que solo han sido chalanes de artistas locales que tienen un poco más de renombre.
La diferencia entre autodefinición y evidencia real está en lo que aprendes de tus maestros, en las obras que te acompañan, en el legado que permanece.
Yo tuve la suerte de aprender de Eduardo Nieto, que me dio disciplina. De Bárbara Paciorek, que me enseñó a comunicar. De John Fitzsimons, cuyo cuadro me recuerda cada día lo que significa la autenticidad. Ellos son evidencia real.
Los impostores no son nada; te atacan y te responsabilizan de su fracaso, por decirles las cosas de frente (al menos yo soy sincero y sostengo lo que digo), tal vez no uso un lenguaje "bonito" pero soy franco y voy siempre de frente, soy directo y poco diplomático. Pero no miento, ni engaño, ni juego con las emociones de las personas para conseguir lo que quiero.
Todo lo que tengo y lo que soy, ha sido por mi formación, mis experiencias, mis fracasos, mi resiliencia y mi fuerza interior para dar la cara a mis problemas y seguir de frente, no me escondo de la justicia, no manipulo con palabras bonitas, ni juego con los sentimientos de los demás y los engaño con promesas que nunca cumpliré. Y sé que no fui el único que vivía ilusionado, a mi vecino le decía lo mismo… pero a mí, ya nunca más…
Ahora sigo los consejos de la Dra. Ramani, para actuar ante este tipo de personas: “Contacto Cero”.
Por lo tanto… bloqueado y eliminado... Now… ¡Sashay Away!