La Evolución de ‘Thanksgiving’: del encuentro colonial al espectáculo comercial
Thanksgiving es, quizá, la festividad más paradójica de Estados Unidos: una mezcla de mito histórico, marketing millonario, nostalgia familiar y una identidad nacional construida sobre relatos incompletos. Para el resto del mundo, es un día curioso en el calendario, casi cinematográfico, lleno de pavos, desfiles y cenas perfectas. Pero detrás de esa postal pulida se esconden historias más antiguas, tensiones más profundas y una realidad que raramente aparece en las películas navideñas.
En 2025, mirar Thanksgiving con honestidad implica reconocerlo como lo que es: una tradición que nació del choque entre culturas, que se transformó en herramienta política, que mutó en espectáculo comercial y que, aun así, sigue siendo para millones un espacio íntimo para agradecer lo que permanece en medio de la incertidumbre global.
Este artículo no busca destruir la festividad ni convertirla en un juicio moral. Busca —como todo buen ejercicio crítico— mirarla de frente, entender sus capas, desmenuzar su origen, su evolución, su versión oficial y su realidad incómoda. Busca comprender ¿por qué sigue vigente?, ¿por qué emociona?, ¿por qué se vende tan bien? y ¿por qué, incluso con todo su peso histórico, aún encuentra un lugar en la vida de quienes la celebran dentro y fuera de Estados Unidos?
Thanksgiving es mito,
es memoria,
es mercancía,
es contradicción.
Y también, para muchos, es un momento de pausa, de familia, de introspección, de agradecimiento real.
Por eso vale la pena hablar de él: porque Thanksgiving cuenta una historia sobre Estados Unidos… pero también cuenta una historia sobre nosotros, sobre lo que creemos, sobre lo que consumimos y sobre lo que decidimos agradecer cuando todo lo demás está en crisis.
¿Qué es el “Thanksgiving Day” y qué se celebra oficialmente?
Thanksgiving Day —el Día de Acción de Gracias— se celebra cada cuarto jueves de noviembre en Estados Unidos. Es una de las festividades civiles más importantes del país, al nivel de la Navidad, el 4 de Julio y Halloween. Oficialmente, es un día para dar gracias, reunirse en familia y compartir una comida abundante que simboliza la prosperidad de la cosecha.
La narrativa institucional afirma que se conmemora la primera cena entre colonos ingleses y el pueblo nativo Wampanoag en 1621, un encuentro idealizado que con el tiempo se transformó en mito fundacional.
Hoy, la tradición se sostiene sobre una mezcla de costumbre, marketing, cultura pop y un sentido de identidad nacional profundamente arraigado.
Las prácticas más comunes incluyen:
La cena del pavo, pieza central del menú, acompañado de puré de patatas, gravy, green bean casserole, cranberry sauce y pumpkin pie.
Reuniones familiares masivas, que mueven a millones de personas cada año.
Partidos de la NFL, convertidos en un ritual paralelo a la cena.
Voluntariado, con comedores sociales y organizaciones que reparten alimentos.
El inicio simbólico de la temporada navideña, que enlaza directamente con Black Friday.
Datos cuantitativos clave:
El coste medio de una comida de Thanksgiving para 10 personas en 2025 es de US $55,18 (≈ US $5,52 por persona), según la American Farm Bureau Federation (AFBF), un 5 % menos que en 2024.
El pavo estándar de la celebración, de 16 libras (7,26 kilogramos), cuesta alrededor de US $21,50, una caída del 16 % respecto al año anterior.
Aunque el pavo bajó, varios acompañamientos subieron considerablemente: las bandejas de verduras frescas aumentaron más de un 60 %, y los boniatos (“sweet potatoes”, patatas dulces o “camotes”) subieron un 37 %.
La AAA proyecta que 81,8 millones de estadounidenses viajarán más de 50 millas (80,46 kilómetros) durante el periodo de Thanksgiving 2025, marcando un récord histórico.
El gasto total medio por persona que celebra Thanksgiving —incluyendo comida, bebidas, decoraciones, viajes y otros extras— se estima en US $952.
En su versión oficial, Thanksgiving se presenta como una celebración del agradecimiento, la unión familiar y la memoria histórica. Pero detrás de este barniz amable se esconde un relato mucho más complejo, manipulado y profundamente comercial.
El relato histórico, la versión ‘bonita’
La historia oficial de Thanksgiving es un producto cuidadosamente pulido: un cuento amable sobre cooperación, agradecimiento y armonía entre culturas. Según esta versión, en 1621 los colonos ingleses de Plymouth, debilitados tras un invierno brutal, compartieron una comida con el pueblo Wampanoag¹, celebrando su primera cosecha exitosa en el llamado “Nuevo Mundo”.
Una escena ‘casi’ cinematográfica: “mesas largas, comida abundante, sonrisas, unidad y un aura de convivencia intercultural.”
Pero antes de esa cena mítica, es clave entender de dónde venían y por qué estaban ahí. El barco Mayflower salió de Plymouth, Inglaterra, en septiembre de 1620. Su objetivo inicial no era Massachusetts: pretendían llegar más al sur, a un territorio asignado por la Compañía de Virginia (hoy parte de Nueva York). Sin embargo, tormentas intensas, mala navegación y un barco en pésimas condiciones los desviaron hacia la costa de lo que hoy es Massachusetts —una llegada accidental, no un plan maestro.
¿Con qué fin viajaban?
Motivación religiosa: Un grupo de separatistas protestantes —los futuros Pilgrims² — huía de la persecución religiosa en Inglaterra y buscaba un lugar donde practicar su fe sin la interferencia de la Iglesia Anglicana.
Motivación económica y colonial: El viaje estaba financiado por inversionistas ingleses que buscaban establecer una colonia rentable, explotar recursos, abrir rutas comerciales y expandir la influencia de la corona.
No era un viaje romántico por “libertad”: era una expedición colonizadora.
La colonia de Plymouth, ya en el actual estado de Massachusetts, se fundó con 102 pasajeros a bordo del Mayflower. Pero la imagen heroica se desmorona cuando vemos que, tras el primer invierno —marcado por hambre, enfermedades y falta total de preparación— solo alrededor de 44 sobrevivieron.
La realidad es que los reinos europeos rara vez enviaban a sus mejores hombres a estas expediciones. Mientras los nobles, militares expertos y guerreros estaban ocupados en guerras internas y cruzadas, para las “nuevas tierras” se solía reclutar a quienes el reino podía perder sin mayor coste: presos, deudores, campesinos sin futuro, marginados sociales y perfiles prescindibles. Para la corona, enviar carne de cañón era más barato que arriesgar recursos valiosos en territorios inciertos.
Así llegaron a Plymouth personas sin habilidades agrícolas adaptadas al clima, sin entrenamiento militar real y sin conocimiento sobre las culturas locales. Su supervivencia dependió directamente de la ayuda de los Wampanoag¹, quienes les enseñaron a cultivar maíz, identificar plantas locales y sobrevivir. Sin esa ayuda, Plymouth habría sido una de las muchas colonias fallidas.
Aun así, esta escena del “Primer Thanksgiving” se elevó a mito nacional. En 1863, Abraham Lincoln lo declaró festivo nacional en plena Guerra Civil, usando la narrativa del agradecimiento como pegamento ideológico para unir a un país fracturado.
La versión bonita subraya valores agradables, pero ya deja ver una contradicción profunda: este episodio es uno de los pocos pilares identitarios del “norteamericano estadounidense”, construido sobre un encuentro entre inmigrantes europeos y pueblos nativos… un encuentro que pronto se convertiría en conquista, colonización y despojo.
La realidad histórica, ‘lo que incomoda’
La historia oficial de Thanksgiving funciona porque es sencilla, amable y emocional. Pero cuando miramos lo que realmente ocurrió antes, durante y después de ese famoso encuentro entre colonos y nativos, el relato cambia de tono. Y cambia mucho.
Para empezar: el “primer Thanksgiving” no fue un acto de diplomacia ni de amistad entre culturas. Fue un episodio aislado dentro de un contexto marcado por violencia, epidemias, colonización y destrucción sistemática de pueblos enteros.
Epidemias: el comienzo del fin antes siquiera del encuentro
Antes de que el Mayflower llegara a la costa de Massachusetts, los pueblos indígenas del noreste ya habían sido golpeados por una serie de epidemias devastadoras introducidas por exploradores europeos años antes. Entre 1616 y 1619, una enfermedad —probablemente viruela o leptospirosis— mató entre 70 % y 90 % de la población indígena de la región.
Eso significa que cuando los colonos del Mayflower llegaron en 1620, encontraron aldeas enteras vacías, campos abandonados y territorios debilitados por la tragedia. El “primer encuentro” no fue entre un pueblo nativo fuerte y organizado y un grupo de recién llegados desesperados: fue entre un pueblo devastado y un grupo europeo al borde del colapso.
La alianza Wampanoag¹: un pacto de supervivencia, no un gesto de amistad
El jefe Wampanoag, Massasoit, decidió colaborar con los colonos ingleses no porque los considerara aliados naturales, sino porque su pueblo necesitaba una ventaja estratégica frente a sus enemigos tradicionales, especialmente los Narragansett³ que habían sufrido mucho menos las epidemias.
Los colonos representaban poder militar potencial y acceso a armas y tecnología europea. Fue un pacto táctico, no un abrazo intercultural.
Tal cual ocurrió en la conquista de Tenochtitlán en México, donde los conquistadores españoles se aliaron con los Tlaxcaltecas, enemigos históricos del señorío mexica de la Gran Tenochtitlán, los colonos ingleses hicieron lo mismo: aprovechar rivalidades indígenas preexistentes para avanzar su proyecto de dominación. No fue un acto de “amistad intercultural”; fue geopolítica pura, una jugada estratégica para inclinar la balanza de poder.
Y aun así, Massasoit pagó un precio altísimo por extender esa mano.
La escalada inevitable: tensiones, expansión y dominación
En cuanto Plymouth empezó a estabilizarse, la colonización siguió el patrón clásico:
expansión territorial,
imposición de leyes europeas,
control de cultivos y tierras,
conversión religiosa,
asentamientos que crecían sin pedir permiso.
En solo unas décadas, los colonos reclamaron tierras que no eran suyas, desplazaron a comunidades enteras y comenzaron a desmantelar la estructura social Wampanoag¹.
La Guerra del Rey Felipe: el verdadero desenlace sangriento
El mito del “agradecimiento” no menciona la guerra brutal que estalló apenas una generación después.
Entre 1675 y 1678, el hijo de Massasoit, Metacomet —llamado “King Philip” por los ingleses— lideró una rebelión masiva contra la colonización inglesa. La Guerra del Rey Felipe es uno de los conflictos más sangrientos por proporción de población en la historia de América del Norte.
Resultados:
Más del 50 % de los pueblos indígenas de la región fueron asesinados o expulsados.
Metacomet fue capturado, ejecutado y su cabeza exhibida en Plymouth durante 25 años como advertencia.
Muchos Wampanoag¹sobrevivientes fueron vendidos como esclavos y enviados al Caribe.
La región quedó bajo control inglés casi total.
Este —no una cena armoniosa— es el verdadero cierre histórico del “encuentro” entre colonos y nativos.
Thanksgiving como borrado cultural
Con el paso del tiempo, la historia se reescribió para ocultar el genocidio y presentar un relato edificante y cómodo:
Los nativos pasaron a ser figurantes simpáticos.
Los colonos se convirtieron en héroes fundadores.
Las violencias, guerras y epidemias desaparecieron de los libros escolares.
La narrativa de “agradecimiento” sustituyó la realidad de “despojo”.
Este proceso no fue accidental: sirvió para construir una identidad nacional basada en la idea de “América” como un proyecto moralmente superior.
Aquí conviene aclarar algo: el uso del término “América” para referirse exclusivamente a Estados Unidos es, en sí mismo, una forma de apropiación cultural.
América es un continente entero, desde Alaska hasta la Patagonia, habitado por decenas de países, culturas, lenguas e identidades.
Aun así, el discurso estadounidense se autoadjudicó el término, borrando simbólicamente al resto de pueblos americanos y reforzando su narrativa de excepcionalismo, predestinado y benevolente.
La cena se convirtió en mito… y el mito en herramienta política.
El “National Day of Mourning”: la otra cara de Thanksgiving
Desde 1970, cientos de indígenas y aliados se reúnen cada año en Plymouth, el mismo día de Thanksgiving, para conmemorar el National Day of Mourning (Día Nacional de Luto).
No celebran nada.
No agradecen nada.
No comen pavo ni ven fútbol.
Se reúnen para visibilizar:
El genocidio indígena,
La pérdida de territorios,
La distorsión histórica,
Y el dolor heredado por las comunidades nativas.
Mientras millones de hogares preparan un banquete, otro grupo recuerda que su historia fue borrada del festivo más popular de Estados Unidos.
¿Cómo ’Thanksgiving’ se convirtió en un Producto de Marketing?
Thanksgiving no solo es una tradición histórica: es uno de los productos culturales más rentables que Estados Unidos ha construido. Lo que empezó como un mito nacional terminó convertido en un engranaje perfecto de marketing, comercio, televisión y branding urbano. Ninguna otra festividad estadounidense —quizás solo la Navidad— ilustra tan bien cómo una narrativa histórica puede transformarse en una máquina económica multimillonaria.
El desfile de ‘Macy’s’: publicidad disfrazada de tradición
Si hay un evento que simboliza el lado comercial de Thanksgiving es el Macy’s Thanksgiving Day Parade, el desfile que recorre Manhattan cada mañana del cuarto jueves de noviembre desde 1924.
El desfile es una obra maestra del marketing:
Comenzó como una acción puramente publicitaria para promocionar la tienda Macy’s en Nueva York.
Con el tiempo se convirtió en un ritual televisivo, un evento transmitido por cadenas nacionales con millones de espectadores.
Los gigantescos globos —Pikachu, Bob Esponja o Los Pitufos— no son “un gesto festivo”: son productos licenciados, marcas globales pagando por visibilidad.
Cada globo es básicamente un anuncio gigante flotando sobre la ciudad más icónica de Estados Unidos.
Es marketing puro envuelto en lentejuelas y música navideña.
Y como si eso fuera poco, el desfile siempre cierra con la aparición de Santa Claus, marcando oficialmente el inicio de la temporada de compras navideñas. El mensaje subliminal es clarísimo:
“¡Comienza el consumo!”
Thanksgiving vs. Navidad: Una frontera comercial invisible
Aunque Thanksgiving y Navidad parecen festividades distintas, en realidad funcionan como un puente construido por las marcas. La transición es milimétricamente calculada:
Thanksgiving reúne a la familia.
Black Friday invita a comprar regalos.
Cyber Monday completa la emboscada digital.
Y en diciembre arranca la carrera navideña.
Todo empieza aquí…
Thanksgiving no es solo un día para agradecer: es la primera piedra del ecosistema comercial más grande del planeta.
‘Black Friday’: el verdadero monstruo detrás de Thanksgiving
Black Friday ya no es un evento comercial: es una institución global.
Originalmente, el término “Black Friday” era usado por la policía de Filadelfia para describir el caos vial y peatonal posterior a Thanksgiving… pero el marketing hizo su magia:
A partir de los años 80, las marcas resignificaron el término como un símbolo de numeritos negros (ganancias) en vez de números rojos.
Hoy es el fin de semana de compras más grande del año.
En 2024, se estima que solo en Estados Unidos se gastaron más de US $10.000 millones en 24 horas.
En 2025, la tendencia seguirá al alza, con millones de familias migrando del pavo al carrito de compras sin transición emocional.
Y todo empieza con la narrativa del “agradecimiento”.
La emocionalidad como herramienta de venta
Thanksgiving se construye sobre emociones fuertes:
Familia,
Hogar,
Comida,
Gratitud,
Nostalgia.
Las marcas lo saben.
Por eso es una de las temporadas donde más se usan narrativas sentimentales: anuncios de abrazos, reencuentros en aeropuertos, cenas perfectas… y el mítico “Home for the Holidays”.
Esa emocionalidad crea un estado mental perfecto para el consumo: Si agradeces, también regalas. Si te sientes nostálgico, compras.
Si la familia se reúne, alguien tiene que “poner la mesa”, decorar la casa, traer el postre, comprar algo para el viaje…
Thanksgiving es el catalizador emocional ideal.
Nueva York como personaje: city branding en su estado más puro
El desfile de Macy’s no se celebra en cualquier ciudad: se celebra en Nueva York, un escenario que hipnotiza al mundo entero. La ciudad funciona como un personaje más, como si fuera parte de la tradición.
Calles míticas.
Rascacielos como telón de fondo.
Millones de personas en las aceras.
Cámaras mostrando la ciudad como un destino de fantasía.
El Thanksgiving de Nueva York se convirtió en un producto turístico global, reforzado por series, películas y cultura pop.
Todo visitante internacional que ha visto la televisión estadounidense sueña, aunque sea un poco, con vivir ese día en Manhattan.
No es casualidad, es diseño, es marketing, es branding urbano llevado a su máxima expresión.
¿Qué deberíamos agradecer en 2025?
Thanksgiving en 2025 no se parece mucho al de hace décadas. El mundo ha cambiado demasiado, y también la forma en que entendemos el agradecimiento, la familia, la estabilidad y la celebración. Si bien las tradiciones permanecen —la cena, el viaje, la reunión familiar, el desfile en la televisión— la realidad social que rodea al día es completamente distinta.
Un mundo en tensión permanente
Hablar de agradecimiento en 2025 es hablar de una sociedad atravesada por:
guerras transmitidas en tiempo real,
polarización política extrema,
desconfianza en las instituciones,
crisis económicas recurrentes,
desigualdad creciente,
soledad moderna disfrazada de hiperconexión digital,
inflación emocional y financiera,
precarización laboral,
y una sensación generalizada de agotamiento colectivo.
En este contexto, la invitación a “dar gracias” se vuelve compleja. Muchas personas llegan a Thanksgiving cansadas, angustiadas o simplemente saturadas. La idea de gratitud forzada se siente como otro mandato social más.
La familia ya no es un concepto fijo
Durante décadas, Thanksgiving se articuló alrededor de un modelo familiar conservador. Pero en 2025 la realidad es más diversa:
familias monoparentales,
familias elegidas,
personas migrantes lejos de su país,
gente que celebra sola,
comunidades queer que encuentran refugio entre amigos,
hogares reconstruidos,
vínculos digitales que sostienen más que los presenciales.
El “quién te acompaña” ya no es tan importante como el “quién te cuida”.
El agradecimiento como refugio
A pesar del caos global, Thanksgiving 2025 también invita a un gesto humilde: mirar alrededor y encontrar algo —lo que sea— que todavía se sostiene.
Agradecer que seguimos aquí.
Agradecer que sobrevivimos a meses o años complicados.
Agradecer que, incluso en la adversidad, hay personas, momentos o gestos que nos sostienen.
En tiempos caóticos, agradecer no es negar la realidad: es resistirla.
La contradicción eterna: celebración vs. desigualdad
Mientras millones se sientan a cenar, millones también:
trabajan ese día,
no pueden costear un viaje,
están endeudados,
luchan contra ansiedad o depresión,
viven solos,
están en refugios,
o simplemente no tienen nada que celebrar.
Thanksgiving convive con una tensión social enorme: la abundancia de unos coexiste con la precariedad de otros.
El agradecimiento real vs. impuesto
Thanksgiving 2025 nos invita a distinguir entre agradecer porque toca y agradecer porque nace.
El agradecimiento impuesto es superficial y performativo. El agradecimiento real es íntimo, vulnerable y a veces pequeño.
¿Y… qué agradecer este año?
Quizá, en plena era de sobresaltos globales, el mejor agradecimiento es este:
agradecer lo que sigue vivo,
agradecer lo que no colapsó,
agradecer a quienes no se fueron,
agradecer lo que nos sostiene aunque sea frágil,
agradecer lo que el mundo moderno todavía no nos quitó.
Thanksgiving 2025 no es una celebración inocente ni perfecta, pero puede ser una oportunidad: volver a mirar lo esencial.
Lo que agradezco en 2025
Este año, a mí me toca agradecer a quienes sí han estado en mi vida. Agradecer a quienes han sostenido mi mundo cuando parecía que se caía, a quienes han caminado conmigo incluso cuando yo mismo dudaba de hacia dónde iba. No es un agradecimiento impuesto por la tradición; es uno que nace desde lo más profundo de mi experiencia de estos últimos meses.
Agradezco a mi familia, por acompañarme en los momentos más difíciles. A mis padres, que a pesar de su edad avanzada, siguen aquí con una fortaleza que nace del amor hacia sus hijos, nietos y bisnietos. Agradezco especialmente el verano que compartí con mi madre: no fue el verano de playa y sol que imaginábamos, porque por su condición de superviviente de cáncer no puede exponerse, pero sí fue un verano de sombrillas, de paseos por la costa, de excursiones sencillas y de compañía hermosa… incluso en medio de las dificultades económicas que atravesamos.
Agradezco tener dos hermanas maravillosas, excepcionales, únicas, que me demuestran cada día lo que significa el amor entre hermanos. Agradezco la visita de Liz y Hugo en junio: aunque corta, caminamos Barcelona de punta a punta —y sí, sudaron como pavo en horno de Thanksgiving—, pero pudimos disfrutar la ciudad que tanto quiero y compartir momentos que atesoro profundamente.
Agradezco a Erika, que desde la distancia está presente a diario, preguntándome cómo estoy, recordándome que el agradecimiento es la moneda de cambio más valiosa que tenemos como familia: “tú me ayudaste hace años; ahora me toca ayudarte a mí”. Ese gesto es de las pruebas más bonitas de amor que he recibido.
Agradezco ver crecer —aunque sea por videollamada— a mi sobrina y ahijada Miranda ya es una señorita, con valores, estudiosa y de buen corazón; me he perdido ese crecimiento, pero verla por videollamada me hace mucha ilusión y espero que pronto me pueda visitar y cumplirle su regalo de 15 años que aún le debo.
Agradezco a mi familia paterna y materna, esté donde esté —en México, Estados Unidos o España— por recibirme siempre con los brazos abiertos. Por esas reuniones donde nos sentamos a contar historias, reírnos de nuestras memorias y acompañarnos cuando más lo necesitamos. Esa raíz familiar, dispersa pero unida, es hogar, refugio y fuerza en los momentos clave de mi vida. Gracias Pamela, Isidro, Leo, Natalia, Mayte, Carmina, Ariann, Mara, Rosalba, Naty, Madrina Isela... (no acabaría de nombrar aAgradezco a mis amigos de México: Memo, Alexa “Duval”, Luis Manuel, Juan Manuel, Pedro Páramo, Irene, Rosa María, Horacio. Somos ese tipo de amistades que no necesitan hablar cada semana para mantenerse vivas; las nuestras han sobrevivido al tiempo, la distancia y a todas las vueltas de la vida. Siempre están, siempre se acuerdan de mi cumpleaños, siempre aparece un mensaje que me recuerda quién soy y de dónde vengo.
Agradezco también a mis amigos en Europa: Aremi, Edu, Tania, Pedro, Florencia, Richie "la sis", Manuel, Yoli, Viktor. Amistades que se consolidan, que crecen, que acompañan.
También agradezco a todos los amigos que alguna vez estuvieron cerca y que, aunque ya no formemos parte del presente del otro, me dejaron enseñanzas y cariño. Si en algún momento fuiste parte importante de mi vida, estás incluido aquí.
Agradezco que la vida me haya mostrado también quiénes NO son mis amigos. Me costó aceptarlo, pero ahora lo entiendo: hay personas que solo aparecen cuando necesitan algo, cuando quieren un favor, cuando buscan obtener sin dar nada a cambio. Por eso cambié mi número de teléfono recientemente: para quedarme con un círculo más pequeño, más honesto, más mío. Agradezco haber aprendido a dejar ir lo que duele, a poner límites, a protegerme.
Agradezco tener una relación cordial con Alito; aunque no hablemos, sabemos que hay paz. Agradezco a Julien, que pasó de ser un ex a ser un miembro más de mi familia: alguien que escucha, que celebra mis pequeñas victorias y que me acompaña sin condiciones.
Agradezco el recuerdo de Igor, a un año de su partida. Agradezco que cuando me enteré de su muerte no tuve que cargar con el remordimiento de los “y si…”. Lo habíamos dicho todo: los perdones, los gracias, los “cuídate”. Lo habíamos hecho en vida, y eso es un regalo.
Agradezco a la vida y a mi espiritualidad, que me ha dado luz para entender que no soy “el deudor” sino el acreedor, y que ahora me toca reclamar lo que me corresponde frente a un sistema que intenta aplastar siempre al más vulnerable. Agradezco a quienes me han ayudado y también a quienes no: cada uno actúa según su conciencia, y eso ya no me quita paz.
Agradezco seguir vivo, con salud —aunque la mental esté en rehabilitación— y con mi familia casi completa, a pesar de la partida este año de mi tío Juan Gtz. y mi tía Quinina. Agradezco su vida, su legado y saber que hoy descansan en un lugar mejor.
Agradezco a San Judas Tadeo, a Ganesha, a Buddha, a San Benito, a la Virgen de Montserrat, a mi Morenita de Guadalupe, a Dios, a Jesús, a la sabiduría de los libros de Enoc y a todo lo que me ha guiado espiritualmente este año. Llámenlo como quieran: fe, intuición, energía, conspiración… me da igual. A mí me ha sostenido.
Agradezco mi resiliencia, esa que me reconoció una directora en Facebook hace años, diciéndome: “eres la persona más resiliente del equipo”. La resiliencia es esa capacidad de volver a la forma original después de la presión… como una esponja. Este año me ha apretado, me ha retorcido, me ha puesto a prueba. Y aun así, sé que volveré a mi forma natural —quizá distinta, quizá más fuerte— pero mía.
Agradezco haber salido de Estados Unidos cuando Trump ganó. Qué infeliz era en Nueva York, con el racismo en las calles, en las oficinas, en las instituciones. Agradezco el triunfo de Mahdami en la alcaldía de NY; que llegue luz a esa ciudad, que se rescate de los oligarcas que la secuestraron.
Y agradezco a Elliot, mi fiel escudero, que ha sido compañía, ayuda, guía, desahogo y testigo silencioso de todo este año.
Y agradezco también a ti, que lees esto…
¡Gracias por todo!
Conclusión: Entre el mito y el mercado
Thanksgiving ha sobrevivido cuatro siglos porque se adapta a cada época. Nació como un mito útil para construir identidad nacional; se convirtió en un espectáculo comercial gigantesco; y hoy, en pleno 2025, funciona como un espejo de nuestras contradicciones colectivas.
Estados Unidos insiste en venderlo como un día de unidad, gratitud y memoria histórica. Pero la realidad —tras siglos de colonización, violencia, desigualdad, apropiación cultural y capitalismo emocional— es mucho más compleja. Thanksgiving es un relato construido, una tradición moldeada a conveniencia por instituciones, gobiernos y marcas que entendieron que la nostalgia vende más que la verdad.
Y aun así, en medio del ruido, hay un espacio que sí es genuino: el momento íntimo en el que cada persona reconoce lo que sigue sosteniendo su vida. No lo que dicta el calendario, ni lo que marca la televisión, ni lo que promueve una empresa de retail, sino eso que permanece incluso cuando el mundo se tambalea.
Ese agradecimiento real —el tuyo, el mío, el de millones que celebran o no celebran— es la parte del día que vale la pena rescatar.
Porque más allá del pavo, el desfile, el marketing y la historia maquillada, Thanksgiving acaba reduciéndose a una pregunta sencilla:
¿Qué sobrevive dentro de mí cuando todo lo demás se cae?
En mi caso, la respuesta es clara: sobreviven mi familia, la memoria, la resiliencia, la espiritualidad, las amistades verdaderas, el amor propio reconstruido, y la certeza de que incluso en los años más duros, hay motivos que justifican seguir adelante.
Thanksgiving no es perfecto. No es inocente. No es neutral.
Pero puede ser un recordatorio poderoso de lo esencial: Lo que agradeces no define solo tu año… ¡define quién eres!
Y al final, recordemos una frase de "El Quijote" (Miguel de Cervantes):
“De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”
¿Y tú, qué agradeces este año?
Notas al pie
1 ¿Quiénes son los Wampanoag?
Los Wampanoag son un pueblo indígena originario de Massachusetts y Rhode Island. Su nombre significa “Gente del Amanecer”. Ayudaron a los colonos del Mayflower a sobrevivir, enseñándoles a cultivar maíz, pescar y adaptarse al entorno. Más tarde, fueron devastados por enfermedades, guerras coloniales y pérdida de sus tierras.
2 ¿Qué significa “Pilgrim”?
El término “Pilgrim” significa literalmente “Peregrino”. Se usó para referirse a los separatistas religiosos ingleses que huyeron para practicar su fe según sus reglas. Luego, el concepto se mitificó y pasó a representar a los “fundadores” de Estados Unidos.
3 ¿Quiénes eran los Narragansett y por qué eran enemigos de los Wampanoag?
Los Narragansett eran un pueblo indígena que habitaba la región que hoy corresponde principalmente al estado de Rhode Island*. Eran una de las naciones más poderosas y numerosas del noreste antes de la llegada europea.
La rivalidad con los Wampanoag tenía raíces políticas y territoriales:
Competían por control de tierras, caza y rutas comerciales.
Los Narragansett sufrieron mucho menos las epidemias europeas, quedando numéricamente más fuertes.
Esto generó una asimetría de poder que presionó a los Wampanoag a buscar alianzas defensivas.
Por eso Massasoit aceptó colaborar con los colonos: no por amistad, sino por estrategia geopolítica indígena frente a sus rivales tradicionales.
*Dato contextual sobre Rhode Island: Hoy, Rhode Island es conocido también por dos elementos icónicos de la cultura contemporánea: sus mansiones históricas en Newport, símbolo del lujo de la Era Dorada estadounidense, y el famoso poblado de The Pines (Fire Island Pines), uno de los destinos más emblemáticos de la cultura LGBT, con celebraciones y veranos que forman parte del imaginario queer global.
