🏴☠️💀🦜 España: La Tierra del “Nunca Jamás” 🗺️💰⚓
Introducción
Érase una vez, en un mundo muy muy lejano, una tierra de fantasía llamada ‘Neverland’… No hace falta cerrar los ojos para imaginar el país del “Nunca Jamás”. Está aquí. Tiene oficinas con cristales ahumados, logos coloridos, directivos sonrientes y discursos sobre innovación. Dicen que crean empleo, que impulsan la digitalización, que creen en las personas. Pero detrás del decorado, del postureo, lo que hay es otra cosa: precariedad, abuso y una maquinaria que exprime hasta dejarte seco.
Yo he vivido en esa tierra. No necesito cuentos. En el mapa, le dicen España. Pero en la práctica es Neverland, donde la juventud es eterna porque nunca te dejan crecer, porque nunca te dejan avanzar, porque nunca jamás serás libre.
I. Las empresas “vende-humo”
Trabajé en un par de esas empresas que venden humo, pero se llenan la boca hablando de performance, creatividad y datos. Prometían crecimiento, estabilidad, una carrera internacional. Detrás de la fachada, era una fábrica de contratos basura. Promesas que duraban lo que un clic, beneficios fantasma y sueldos que llegaban tarde o no llegaban. Te trataban como un número, como una pieza intercambiable.
Cada vez que preguntabas por un pago, te respondían con un correo estándar: “Estamos revisando con contabilidad”. Lo decían con la misma calma con la que uno pide un café. Mientras tanto, tú revisando tu cuenta vacía, calculando cómo llegar a final de mes. En esas empresas aprendí que la palabra equipo se usa para esconder jerarquías, y que la palabra familia significa “lo siento, tendrás que quedarte hasta acabar, es para mañana”.
Son empresas “vende-humo”, especialistas en vender modernidad y entregar explotación, de hacer caravana con sombrero ajeno, de colgarse tus medallas como mérito propio, de echarte antes de que se acabe el mes de prueba, para no pagar liquidación, total, mañana publicamos la oferta y otro imbécil caerá en la trampa.
II. El gigante tecnológico
Luego llegó el Gigante Tecnológico, una multinacional que presumían de ética, inclusión y bienestar. Su negocio es hacer dinero con el tiempo y el sudor de otros. Allí no eres persona, eres productividad. Te miden por segundos, te controlan hasta el suspiro. Si enfermas, te reemplazan. Si protestas, te silencian.
Yo entré con ilusión. Di resultados, superé objetivos. Prometieron un contrato indefinido, continuidad, respeto. Lo que recibí fue lo contrario: un contrato trampa, un despido disfrazado, un sistema de bonus que reconocen en nómina pero nunca pagan.
Cuando pedí explicaciones, se activó la maquinaria: recursos humanos ausentes, gestores que “no saben”, jefes que “no pueden”. Nadie se hace responsable. Terminas solo, con ansiedad, con la salud quebrada. Y lo peor: te hacen sentir culpable por exigir justicia. Ese gigante tiene voz amable y corazón de piedra.
III. Las ‘startup’ milagrosas
Y mientras tanto, en otro punto del país, surge la Startup Milagrosa, esa que promete transformar el futuro con tecnología. Vive de subvenciones, de fondos europeos millonarios, de palabras como innovación y digitalización. Su discurso es impecable: “Creamos oportunidades, impulsamos el talento joven, apostamos por la sostenibilidad.”
En realidad, lo que crean son cadenas invisibles. Contratan a empleados que apenas llegan a fin de mes, pagan tarde, externalizan todo, y aún así se presentan como ejemplo de emprendimiento, presumiendo los cheques llenos de ceros que ganan en sus rondas de inversión. Lo hacen así porque el sistema se lo permite, porque aquí ser “emprendedor” es una coartada para precarizar, se hacen la foto con el trofeo, pero los empleados no ven un duro de esa ronda de inversión.
IV. El Estado vampiro
Podría pensarse que el Estado está para poner orden. Pero en la tierra del nunca jamás, el Estado no protege: se alimenta. Cuando estás bien, te ignora. Cuando caes, te muerde.
Vives meses con embargos a la nómina por deudas que ya se habían exonerado, por errores que nadie corrige “en el sistema”. Vas al banco y descubres que te han vaciado la cuenta justo antes de agosto, cuando los funcionarios desaparecen. Mandas correos, presentas recursos, adjuntas pruebas… silencio veraniego. Las oficinas públicas cierran, los teléfonos suenan ocupados, los sistemas informáticos fallan. Pero el embargo no falla: eso sí funciona a la perfección.
La Tesorería, la Seguridad Social, la Agencia Tributaria… nombres distintos, mismo mecanismo opresor. No ven personas, ven números. Da igual si estás enfermo, si no tienes un euro, si tu nevera está vacía. Te quitan lo que hay y te dejan mirando el techo. Van a saco… aquí te veo, así te follo… y te callas.
En ese momento entiendes que no vives en un país, vives en una trampa del “sistema” opresor superior, de los ricosy empresarios, los corruptos gobernantes y los oligarcas que nos controlan.
V. El mito de la igualdad
Dicen que hay ayudas. Que hay programas sociales, que nadie se queda atrás. Mentira. Si eres un hombre solo, sin hijos, no existes. No eres vulnerable. Eres “un trabajador que debe salir adelante”. Las ayudas son para otros: madres, familias, colectivos con etiquetas reconocidas. Tú no. Tú te las apañas.
Cuando vas a Servicios Sociales, te miran con cara de “¿qué hace usted aquí?”. Les explicas que no tienes ingresos, que estás en tratamiento, que vives al límite. Te dan un folleto. Una cita en un mes. Una promesa vacía. Y te vas con las manos vacías y la rabia en el pecho.
Vivimos en un país que ha confundido igualdad con abandono. Que protege al que encaja en un perfil y desprecia al que se sale del guion. Que castiga la vulnerabilidad cuando viene en cuerpo de hombre.
VI. El decorado del progreso
Mientras todo esto pasa, España presume de digitalización. Fondos europeos, conferencias, campañas con palabras bonitas: resiliencia, innovación, emprendimiento, talento. Cada palabra un disfraz. Cada proyecto, una excusa para repartir subvenciones entre los mismos de siempre.
Las “vende-humo”, los gitantes tecnológicos o las “start-up” milagrosas, figuran siempre en esos fondos de subvención. Aparecen como ejemplos de éxito, como motores del cambio. Nadie fiscaliza sus prácticas, nadie comprueba cómo tratan a sus empleados, nadie les exige devolver un euro aunque incumplan todo lo prometido.
Y así seguimos. Empresas que cobran ayudas públicas mientras despiden, mientras no pagan, mientras precarizan. Instituciones que se felicitan por estadísticas vacías. Gobiernos que reparten premios a quienes viven del sudor ajeno.
VII. La salud mental en ruinas
Yo terminé enfermo. No por debilidad, sino por desgaste. Por ver cómo el trabajo se convierte en una ruleta rusa emocional. Te despiertas con miedo a abrir el correo, con miedo a una carta certificada, con miedo a mirar el saldo.
Vas al médico y no hay citas. El psiquiatra tarda meses. Te dicen que te relajes, que pienses en positivo. Pero ¿cómo piensas en positivo cuando el sistema entero parece diseñado para quebrarte?
La ansiedad no viene del trabajo, viene de la impunidad. De ver que nadie responde, que nadie te escucha, que todo se repite. Que el abuso es rutina y el silencio, norma.
VIII. Los que se salvan
De vez en cuando, encuentras personas que sí valen la pena. Compañeros que te ayudan, que te explican cómo sobrevivir al laberinto. Funcionarios que se saltan la rigidez para darte una mano. Amigos que te prestan dinero sin preguntar. Esas personas existen. Pero no son el sistema. Son la excepción que confirma el desastre.
Porque mientras ellos hacen lo posible, el engranaje sigue girando, aplastando a quien no encaja.
IX. Nunca jamás serás libre
Y ahí está la gran mentira: la idea de que el esfuerzo te salvará. Trabajas, estudias, cumples, produces… y aún así no llegas. Pagas impuestos, cotizas, te adaptas, y el sistema te devuelve deuda, abuso y desdén.
Nunca jamás serás libre porque el sistema necesita que no lo seas. Necesita tu deuda, tu dependencia, tu miedo. Necesita que sigas creyendo que todo es culpa tuya, que si no prosperas es porque no te esforzaste lo suficiente.
Pero no. No es falta de esfuerzo. Es exceso de cinismo institucional.
X. Los espejos rotos
España se mira en el espejo y se ve moderna. Pero el reflejo está roto. Bajo los titulares de innovación y digitalización hay un país donde los trabajadores viven al día, donde los alquileres ahogan, donde los salarios son de mentira y la burocracia te estrangula.
El país que se llena la boca con palabras europeas y deja a su gente sin psiquiatras, sin techo, sin esperanza. El país que castiga al que habla, al que denuncia, al que no se deja manipular.
España es un lugar donde la resiliencia se ha convertido en resignación. Donde la pobreza es silenciosa porque da vergüenza admitirla. Donde el éxito se mide en postureo y no en justicia.
XI. El país de los adultos invisibles
No somos jóvenes eternos, somos adultos invisibles. Cuarenta, cincuenta años, experiencia, currículum, idiomas, talento… y aún así, la inestabilidad como norma. Te tratan como si estuvieras empezando siempre. No hay techo, no hay estabilidad, no hay red.
La España del nunca jamás no te deja madurar. Te condena a vivir en un eterno ya veremos, en una precariedad que te roba la energía y te deja sin futuro.
XII. Lo que queda
Después de todo, queda la rabia. Y la lucidez. La certeza de que no todo está perdido si seguimos hablando, escribiendo, denunciando. No desde el victimismo, sino desde la dignidad.
No busco lástima. Busco memoria. Que se sepa lo que pasa cuando una empresa abusa, cuando el Estado calla, cuando las instituciones fallan. Que se entienda que detrás de cada número hay una persona que lo ha dado todo y no ha recibido nada.
No pido milagros. Pido coherencia. Si España quiere ser moderna, que empiece por respetar a quien trabaja.
Epílogo. La tierra del nunca jamás
Cuando era niño, creía en el país de Peter Pan, donde nadie crecía y todo era posible. Ahora entiendo que aquel cuento tenía trampa. Porque aquí también vivimos en una tierra donde no se crece, pero no por magia, sino por miseria estructural.
Nunca jamás dejarás de ser pobre.
Nunca jamás tendrás independencia económica.
Nunca jamás te librarás de los embargos.
Nunca jamás te salvarán los servicios sociales.
Nunca jamás tendrás un piso propio.
Nunca jamás te atenderá un médico a tiempo.
Nunca jamás verás justicia si no perteneces al grupo correcto.
Pero yo sigo aquí. Escribiendo, denunciando, resistiendo.
Porque aunque la tierra del “Nunca Jamás” intente devorarnos, aún queda una chispa.
Una rabia que no se apaga.
Una voz que no se calla.
I do, I do believe in fairies.
Pero también creo en la justicia.
Y algún día, cuando esta tierra despierte de su cuento, alguien tendrá que responder….
